Hace aproximadamente un año, hicimos nuestra primera incursión musical en Sudáfrica. Por entonces, os hablábamos de «el Reggae en Sudáfrica desde los tiempos del Apartheid«.

Hoy volvemos a este territorio del sur de África para conocer un poco mejor a algunos de sus irreductibles habitantes, quienes resisten ahora y siempre al invasor.

Hubo un tiempo en que los artistas jamaicanos dirigieron directamente sus mensajes a favor de los movimientos de liberación del sur de África. Algunos de los ejemplos más notables podrían ser el “Fight Apartheid” de Peter Tosh en 1977,  “Zimbabwe” de Bob Marley en 1979 o el “Botha the Mosquito” de Bunny Wailer en 1986.

De hecho, el Congreso Nacional Africano (ANC), en Sudáfrica, ha estado tratando de reconocer y capitalizar el papel de la música Reggae y el movimiento Rastafari en la lucha contra el régimen del Apartheid. No hay ni una sola duda de que el reggae jamaicano fue esencial para atraer la atención internacional a la lucha política sudafricana. Una buena muestra se puede ver durante la víspera de las primeras elecciones democráticas de Sudáfrica, en 1994, cuando el ANC distribuyó en los municipios un folleto electoral con el siguiente mensaje:

«El ANC reconoce que los rastas son parte integrante de las masas oprimidas. Todos conocemos el importante papel que el movimiento rasta internacional ha desempeñado en la lucha por la liberación al llamar la atención del mundo con el mensaje de nuestra lucha a través de la música».

El Reggae en Sudáfrica sigue luchando por la dignidad

En la década de 1970, los jóvenes de los municipios de Sudáfrica habían adoptado las creencias Rasta y la música reggae como parte de su contracultura anti-establishment. La primera oleada de Reggae llegó con artistas como Carlos Djedje, Colbert Mukwevho o Lucky Dube, quienes lograron desafiar la censura estatal. Ellos fueron quienes realmente consiguieron que el género fuese uno de los estilos musicales más populares en el país en los años 80 y principios de los 90.

Durante la segunda parte de los noventa en la Sudáfrica democrática, el Reggae perdió gran parte de su anterior visibilidad. Esto fue debió en parte a que estaba profundamente conectado con los años de lucha de la protesta contra el Apartheid y esa situación política ya había acabado.

Sin embargo, la contracultura Rastafari siguió teniendo relevancia en entornos urbanos marginados, que ciertamente fueron las áreas donde inicialmente tuvo su arraigo en la década de 1970. En esta nueva era post-apartheid, el espíritu de protesta del Reggae volvió a expresar la preocupación por las desigualdades socio-económicas que siguieron aumentando progresivamente a lo largo de los años 90 y 2000.

Nuevas caras, pero la misma lucha

Desde hace unos años, el Reggae y los rastafaris están floreciendo especialmente en Ciudad del Cabo. Artistas como Black Dillinger, Teba Shumba, Crosby Boloni, Zoro o Vido Jelashe ya han trabajado con productores de diferentes partes del mundo. Es más, incluso algunos han viajado a Europa para mostrar sus habilidades artísticas. Ciertamente, cada vez está cayendo cautiva más gente con su música, particularmente por su estilo lírico militante, que ‘tristemente’ se podría decir que ahora es ‘algo fuera de lo común’.

Las representaciones líricas y visuales de las condiciones del gueto de Ciudad del Cabo son primordiales para que los artistas tengan credibilidad. En este sentido, la música Reggae de Sudáfrica es parte de una tendencia musical más amplia, donde la metáfora del gueto se ha convertido en vital para la formación de conexiones musicales entre artistas de diferentes partes del mundo.

«Identificarse con el gueto permite una movilización más internacional contra la injusticia de esta inmovilidad, ayudando a socavar el estigma de la pobreza y la marginalidad social», dijo Rivke JAffe, un reconocido antropólogo cultural.

Una historia global

Es decir, la identificación con la música Reggae Rastafari y sus narrativas visuales y líricas han hecho que los músicos sudafricanos se incluyan en una historia global de exclusión e injusticia. Irónicamente, es el marco colectivo de inmovilidad lo que conecta a los habitantes de los guetos de todo el mundo. Por lo tanto, parece que el principal significado político de la música reggae en general no radica en sus letras explícitamente políticas. En cambio, si está en la conexión cultural de base que esta ha permitido.

Los músicos sudafricanos son muy conscientes del riesgo de explotación financiera o simbólica en la puesta en circulación internacional de su música. Pero lo que les vale la pena son las recompensas, como la posibilidad de compartir escenario en un festival con artistas jamaicanos. Experiencias como estas son muy poderosas, más allá de lo personal, porque de nuevo conceden un reconocimiento externo a la lucha por la dignidad humana en las ciudades sudafricanas.

Sin más, acabamos este texto con una nueva llamada a la reflexión sobre el estado de la música en esta zona del planeta y la supuesta comodidad lírica de nuestros artistas.

¡Reggae is a mission!